20070723

PRÓLOGO: La estación de los ESN

En algún momento de mi tránsito por el páramo underground de los ESN (o Escritores Sin Nombre), un tren paró frente a mí. La estación estaba vacía. Nadie esperaba sentado. La densidad de la soledad hacía chirridos contra los sucios azulejos de las paredes. El tren abrió sus puertas. No dudé.

Entré.

Aun no lo sabía, pero ese tren me iba a llevar a la Asociación. Cuando salí de él me hallaba en un cuarto gigantesco, lleno de estanterías combadas por el peso de miles y miles de cuadernos.
Allí estaba Rodrigo.

Él leía uno de esos cuadernos. Su rostro no auguraba buenos pensamientos. Había cierta desilusión que se incrementaba a medida que pasaba las hojas. Una y otra vez. Una y otra vez.
Cerró el libro y se marchó. Y yo lo seguí.

Ahora está ahí, escribiendo. En la sala llena de gente que también está escribiendo. No levanta la mirada. Ahora Rodrigo tiene rostro. Pero sigue sin voz.

Su voz siguen siendo las palabras escritas.

Rodrigo se obsesiona por ciertas cosas. Rodrigo se parece a todo el mundo. Suelen gustarnos cosas que gustan a gente que apreciamos. Es la curiosidad de saber si podemos cimentar vínculos entre esa persona y nosotros, nuevos enlaces, detalles en común. Algo de lo que hablar animadamente sin cansarse el uno del otro.

Claudia solía hablar de Kurt Cobain. A Claudia le encantaba Nirvana.

La noche que Rodrigo pasó con ella, Claudia no pudo reprimir el impulso de hablar Kurt Cobain. La habitación era pequeña. La capacidad del cenicero se mostró insuficiente para almacenar tantas colillas estrelladas. Hablaron. Mientras las sábanas no se tapaban los oídos entre murmullos y asentimientos, ellos parecían no temer el nacimiento de un nuevo día. Y todo lo que ello puede significar.

-Kurt era un dios, ¿sabes? O mejor: era un ángel. Un ángel caído que no es malo, solamente desgraciado. Eso es. Yo me imagino a los ángeles como Kurt. Rubio, ojos profundos. Era guapísimo. Dicen que lo asesinaron, y quizá fue así. No lo sé. Pero entonces ya no sería un mito. Para mi Kurt se quitó la vida. El suicidio le dio esa imagen de… No sé, de algo por encima de todo. El suicidio es la única forma en la que la gente debería dejar este mundo de mierda. Como hizo Sócrates, o esos samuráis que perdían la batalla. Qué le den por el culo al destino. A la puta muerte. Les haces un corte de manga y te cortas las venas –sonrió para sí misma-. En fin. Una vez estuve a punto de ver a Kurt. Fue en un concierto, pero al final fue suspendido. El mayor disgusto de mi vida. La mayor putada que me han hecho, lo juro. Después habrán venido otras, lo sé, pero esa fue cruel. Demasiado cruel. Una hijoputada… Había estado haciendo cola durante una semana ¿Para qué? Ya ves… Para nada.

Claudia asiente y su boca esboza una sonrisa en cuyas grietas se percibe melancolía y desencanto. Mezclas proclives al hundimiento. Luego se pasa el pelo por detrás de la oreja y su mirada se vuelve pensativa hacia algún punto del cuarto. Entonces yo, tan cercano como tan lejano, me remuevo en mi asiento y gozo con las historias que se cuelan en el vientre de otras historias como el esperma que se mece in utero. Rodrigo se obsesionó con Kurt Cobain al igual que Claudia. Rodrigo se obsesionó con Kurt Cobain porque Claudia estaba obsesionada con Kurt Cobain. Así de extraña es la compleja inercia de los sentimientos. Y quizá por ello la historia de Rodrigo se cruza con otras historias.

Mi metro se acerca. El chirriar sobre los raíles se oye en toda la estación.

Bienvenidos a la procreación de un virus.

-Tantas veces he imaginado la vida de Kurt… –dice Claudia.
(Continuará...)

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